Cada vez que emprendo una aventura tengo la oportunidad de abstraerme del “mandato social moderno”, y gracias a esto logro experimentar la la vida de una forma diferente conectándome más con mi propia verdad y con mi razón de ser.

Desde el primer día que ingreso en terrenos nuevos, y en la medida que el viaje avanza, va quedando de manifiesto ante mí, esas concepciones y valores que me han sido impuestos por el sistema. En donde la vida poco a poco se va induciendo a lo homogéneo, lo controlado, limitado y determinado, convirtiéndose esto en una especie de molde que nos lleva a todos a vivir de forma similar.

Mientras tanto, cuando estoy fuera de mi pecera me siento como un comodín, un espectador de la vida misma, viéndolo todo en directo y sin filtros, un ave libre que no puede ser segmentada ni regulada.

La situación de viajar, si se quiere, hace que la percepción tiempo-espacio sea otra cosa.
El solo hecho de no saber exactamente que va a acontecer durante los próximos días o semanas, hace que el espacio pase de ser algo limitado a algo completamente abierto, un cambio constante y sin límites.

Es esoos momentos mi mente y cuerpo se sienten más fuertes que nunca, las inestabilidades emocionales desaparecen, el cansancio extremo y la ansiedad disminuyen frente a la claridad del presente…y se encienden dentro mío algunas sensaciones de cambios.

Es entonces cuando me pregunto: ¿Hasta qué punto invasivo estamos siendo controlados allá abajo en la ciudad?A veces no puedo evitar ver esto con un fuerte contraste:

  • El viajerx lleva consigo solo lo necesario
  • El viajerx se mueve constantemente
  • El viajerx confía en los demás aún sin conocerlos
  • El viajerx disfruta más de las cosas simples
  • El viajerx se desconecta más de lo digital
  • El la pecera solemos acumular cosas
  • En la pecera solemos volvernos más sedentarios
  • En la pecera solemos estar más individualistas y a la defensiva.
  • En la ciudad hacemos de lo más simple, algo complejo.
  • En la pecera miramos el teléfono hasta en el baño.

Es un cambio bastante brusco el entrar y salir de la pecera.
Cambia la forma de sentir, de pensar, de actuar, y sobre todo, cambia la precepción que tenemos sobre el mundo y sobre nosotros mismos.

¿Cómo fué eso de salir de la pecera por primera vez?

Al principio viajé porque buscaba algo más, algo que me estaba haciendo falta.
Sin pensarlo mucho y con el impulso del corazón, me fui con Cami lejos por 6 meses con muy pocos recursos para un viaje tan largo.

Viajar así hace que te pongas a prueba todos los días, poco a poco el camino va forjando una personalidad nueva. Por el camino me encontré con mochileros de todo tipo que me mostraban a través de sus historias como ellos también habían dejado sus peceras en busca de algo más.Algunos se habían declarado nómades, y estaban en el día a día, sin fecha de retorno.

Estos viajeros representaron un gran alivio para mí.
Cuantos más lugares recorría y más viajeros conocía, más me confirmaba a mí mismo que no era el único en el mundo buscando ver la vida desde otra perspectiva. 

Paradojicamente cuando vivimos atados a un sistema y no nos detenemos a analizarlo, raramente hacemos algo diferente por el simple hecho de que nadie más lo hace. Y esos miedos de hacer algo diferente me paralizaron en varias oportunidades durante los primeros meses del viaje.

Por eso, cada persona que conocés en el camino es una gran motivación para seguir.

Y aunque me quebré muchas veces durante ese viaje, cada una de esas fue una excelente oportunidad para pararme nuevamente, y así darme cuenta de lo fuerte que era, sin dudas mucho más fuerte que lo que pensaba que era dentro de mi pecera.

Lo más importante que aquel viaje me dejó fue mostrarme que era lo que yo quería para mi vida. Me aseguró que era lo que me hacía bien y que era lo que no me sumaba tanto.Es que, generalmente no falla, situarte en un lugar desconocido y con una cultura nueva, es la mejor forma de descubrirte.

Volver a “la rosca”

La llegada a Uruguay  luego de ese viaje la recuerdo como uno de los días de mayor incertidumbre en mi vida. De un momento a otro toda la magia se había desvanecido completamente y mi estado de ánimo era un vaivén inexplicable: por un lado estaba contento por ver a los seres queridos luego de tanto tiempo, pero por otro lado había llegado el momento de poner fin a la vida aventurera y era hora de reestructurar la vida, ver donde vivir, salir a buscar un trabajo, etc, etc.

Varios amigos viajeros me han contado que han atravesado por depresiones de diferentes intensidades al regresar a casa. Tanto que algunos han decidido volver a la ruta al poco tiempo. Otros le han buscado la vuelta para encontrar actividades que los acerquen más al “edén” de viajar y así han superado el volver a la rutina.

Muchos de los viajeros que me ha tocado coordinar en nuestros viajes en grupo, durante los últimos días de aventura me dicen… ahora toca volver a “La rosca”

¿Qué es “la rosca”?

La rosca es para mí la acumulación de tareas, compromisos, ambiciones, presiones y responsabilidades que hacen que me exalte y viva a un ritmo frenético y contagioso que hasta me olvido cuales son mis grandes motivaciones.

Cuando vuelvo a casa luego de un viaje, o a “la realidad” como le llaman algunos, llego de otra manera que antes de irme.
Durante los primeros días estoy físicamente presente aunque mi mente sigue en el viaje.

Me tomo cada cosa de forma relajada y hasta me río de las cosas que antes de irme me tenían realmente preocupado admitiendo que no eran tan graves.

Luego, con el paso de los días, el viaje va quedando atrás en el tiempo, y los recuerdos por más que siguen presentes, se van opacando cada vez un poquito más frente a las urgencias actuales.

¿Cómo es posible semejante cambio?

Hace unos días atrás, caminando por las calles de Budapest, todo tenía tanto sentido, el aquí y el ahora era tan intenso que me sentía más vivo que nunca. Mi cabeza pensaba con naturalidad y fluidez, creativo, iluminado y 100% claro.

Hoy estoy aquí, viendo los autos pasar desde el balcón, más preocupado por todo, queriendo tomar más control sobre cada uno de los procesos naturales de la vida, y las cosas de todos los días como el orden, la limpieza, el trabajo, toman un poder desmesurado sobre mí.

Me pregunto ¿Cómo logramos el equilibrio para vivir felices dentro de la pecera cuando es imposible escapar de ella?

Hace unos días atrás, caminando por las calles de Budapest, todo tenía tanto sentido, el aquí y el ahora era tan intenso que me sentía más vivo que nunca. Mi cabeza pensaba con naturalidad y fluidez, creativo, iluminado y 100% claro.

Hoy estoy aquí, viendo los autos pasar desde el balcón, más precupado por todo en general, queriendo tomar más control sobre cada uno de los procesos naturales de la vida. Y las cosas de todos los días como el orden, la limpieza, el trabajo, toman un poder desmesurado sobre mí.

Viajar no nos hace mejores ni peores

Antes, en algún momento, llegué a pensar que viajar era la solución para todo.
Es difícil no caer en esto, viendo todos esos personajes en internet recorriendo el mundo que te aseguran que la felicidad está ahí afuera, dejando todo de lado y volviéndote un trotamundos.

Hoy en día, 6 años más tarde de aquella mochileada por Sudamérica, y luego de haber viajado más de lo que jamás imaginé, habiendo decidido que no quería dejar de viajar y tomar el desafío de hacer de viajar mi trabajo con Serena Blues, la vuelta sigue siendo un gran motivo para pensar.

Puedo afirmar que viajar finalmente no te cura de nada, ni te hace más o menos que otros, ni te hace mejor persona, ni es la única forma de salir de la pecera.

Contrario a la forma de vida de la sociedad moderna en donde se tiende a exteriorizar para una búsqueda personal, viajar es una forma de comunicarse con el yo interior para darnos cuenta de que todo lo que necesitamos para lograr lo que queramos en nuestra vida está más cerca de lo que parece.

Viajar te enseña que no hay límites para todo lo que puedes aprender de ti mismo en la práctica. Es realmente demasiado relevante la información que recoges sobre ti mismo cuando estás atravesando un viaje que te saca de tu zona de confort.

Viajar entonces, podría ser una forma antisistémica y revolucionaria de detectar qué es lo que más nos condiciona dentro de la pecera, y aprender a vivir conscientes de ello. Sin olvidarlo por culpa de la rutina, sin ponernos un paño en nuestros ojos, y así mejorar día a día en cómo nos tomamos vivir en esta sociedad moderna.

De verdad no hubiera sido posible haber logrado vivir de lo que me gusta y haber tenido el impulso necesario para hacerlo si no hubiera realizado aquel viaje de mochilero.

Un viaje de aventura puede suponer un antes y un después en las personas que cruzan esta barrera, poniéndose en contacto con lo desconocido, entendiéndose desde otro lugar y pensándose con otras perspectivas.

Estos aprendizajes que solo nos enseña el camino sin duda podrían ser una gran ayuda para sobrellevar el torbellino de vivir en la sociedad moderna y tomárnoslo de otra manera.

Entonces… ¿Te animás a salir de tu pecera en un viaje de aventura? El momento perfecto no llegará nunca, el momento perfecto es “AHORA”. ¿Vamos?